COLORANTES INVISIBLES: EL RIESGO QUE SEGUIMOS NORMALIZANDO EN NUESTRA ALIMENTACIÓN

La imagen de una lonchera infantil con colores vibrantes puede resultar entrañable, galletas de tonos intensos, gelatinas rojas brillantes, zumos de apariencia artificialmente tropical, todo parece parte de una infancia feliz y despreocupada. Sin embargo, detrás de esa paleta de colores tan normalizada como silenciosa se esconde un grupo de aditivos que, lejos de ser inocentes continúan despertando preocupación en la comunidad científica los colorantes artificiales.

En los últimos meses, estos compuestos han vuelto al foco mediático tras nuevas restricciones en Estados Unidos y Europa. Pero en América Latina, las alertas se activan solo cuando los titulares vienen de fuera ¿Por qué seguimos tolerando ingredientes cuestionados, muchas veces sin saberlo y con tan poca voluntad institucional por informar y proteger al consumidor?

Color para vender, no para nutrir

Los colorantes sintéticos se añaden con un propósito claro: hacer que los alimentos se vean más atractivos. Se usan para corregir la pérdida de color natural durante el procesamiento, uniformar lotes o reforzar la percepción de sabor. Porque sí un yogur más rosa puede hacer pensar en más fresa, aunque contenga solo aromatizante.


Estos aditivos no tienen función nutricional, son compuestos químicos que generalmente son derivados del petróleo que aportan estética pero ningún beneficio. Los más utilizados son la tartrazina (E102), el Rojo Allura AC (E129), el Amarillo Ocaso (E110) o el Azul Brillante FCF (E133). Están presentes en productos de consumo masivo: gaseosas, caramelos, snacks, cereales infantiles, gelatinas, jugos en polvo.


Y aunque su uso está regulado en muchos países, la pregunta no es si son legales, sino si son necesarios.

Evidencia científica: lo que sabemos (y lo que deberíamos cuestionar) 

Numerosos estudios han evaluado la seguridad de estos compuestos, algunos han establecido dosis admisibles (DDA), otros han señalado posibles efectos adversos a largo plazo, las preocupaciones más frecuentes se relacionan con: 

  • Síntomas de hiperactividad en niños sensibles, especialmente en combinación con benzoato de sodio.
  • Reacciones alérgicas e intolerancias (urticaria, asma, rinitis).
  • Posible genotoxicidad y daño oxidativo en modelos animales.
En el año 2007, el llamado Estudio de Southampton reveló que mezclas comunes de colorantes y conservantes podían aumentar la hiperactividad en niños. Desde entonces, la Unión Europea exige advertencias específicas para ciertos aditivos en Noruega y Austria, algunos están directamente prohibidos. 

Pero en muchos países de Latinoamérica, estas advertencias no existen, los productos que los contienen pueden exhibirse sin restricciones, sin aclaraciones, sin cuestionamientos lo más grave es que muchos consumidores ni siquiera saben que están ahí.

El problema silencioso del etiquetado

Aunque estos colorantes aparecen en la lista de ingredientes, rara vez se presentan de forma clara. Se utilizan códigos (E102, E129, etc) o se agrupan bajo términos genéricos como "colorantes permitidos" o "color artificial". En algunos casos, ni siquiera se diferencia entre colorantes naturales o sintéticos esta ambigüedad  perjudica el derecho del consumidor a decidir con información.

Aquí surge una pregunta incómoda, pero necesaria: 
¿Nos tomamos el tiempo de leer las etiquetas? Y más aún: ¿sabemos lo que significan?

La realidad es que muchos no lo hacen, y no es por desinterés si no por desconocimiento, porque nadie nos ha enseñado a descifrar una tabla nutricional ni a identificar que es un aditivo y que implica su presencia y porque en definitiva, la industria tampoco está obligada a explicarlo.

¿Por qué el debate se activa solo cuando lo hace Estados Unidos u otro país de Europa?

El patrón se repite la atención mediática en temas de seguridad alimentaria en América Latina suele llegar con retardo, lo vimos recientemente este año con el Red 3, prohibido en California por su asociación con cáncer tiroideo en animales. Lo estamos viendo ahora con la tartrazina, cuyo uso está bajo revisión, pero sigue ampliamente presente en nuestros productos.

Este fenómeno evidencia una dependencia externa para activar debate local, y un Estado que en muchos casos actúa más como observador que como regulador, se permite pero no se explica.

En el fondo, el colorante artificial se convierte en un símbolo el de una alimentación basada en la apariencia más que en la salud, y de una institucionalidad que delega al consumidor la responsabilidad de protegerse, sin darle las herramientas para hacerlo.

Informar como forma de cuidar

Frente a este escenario, hay una responsabilidad compartida como profesionales de la nutrición y la salud, tenemos el deber de traducir la ciencia, de comunicarla, de hacerla comprensible y cercana. No basta con conocer la evidencia; hay que compartirla hay que enseñar que significa E102, por qué importa, y como leer una etiqueta sin necesidad de ser técnico.

Y como consumidores, el reto también es personal si cada vez que compramos un alimento ultraprocesado nos detenemos a mirar lo que realmente contiene, si entendemos que no todo lo "permitido" es inofensivo, y si exigimos mayor transparencia desde nuestro rol individual, estamos activando un cambio silencioso pero profundo.

Conclusión: lo invisible también alimenta (o daña)

Los colorantes artificiales son un ejemplo claro de como un detalle aparentemente menor puede tener grandes implicancias en la salud pública. No los vemos, no los cuestionamos, pero los consumimos a diario en galletas que parecen inofensivas, en gaseosas que brillan como neón, en snacks que prometen diversión y sabor.

Y aunque no existe un riesgo inmediato en cada bocado, sí hay una acumulación crónica una normalización del ultraprocesado,  una desconexión con la composición real de los alimentos, por eso vale la pena mirar dos veces, leer con más atención y sobre todo, no dejar que lo que comemos se defina por lo que se ve, sino lo que sabemos.

Porque elegir con conciencia también es un acto de salud, y enseñar a hacerlo es una forma de responsabilidad profesional.

COLORANTES INVISIBLES: EL RIESGO QUE SEGUIMOS NORMALIZANDO EN NUESTRA ALIMENTACIÓN
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